Una racha de viento, una rama con vocación de acróbata y el susto de medio barrio agarrando sus paraguas como si fueran escudos romanos. La escena es familiar en cualquier localidad atlántica, y en Ponteareas más aún, donde el clima juguetón se alía con árboles veteranos que merecen atención seria y actuaciones diligentes. Cuando se habla de saneamiento de árboles Ponteareas, no se trata de caprichos estéticos ni de podas improvisadas: es una cuestión de responsabilidad pública, de convivencia con el arbolado urbano y de evitar que una tarde de lluvia se convierta en parte de la crónica de sucesos.
El primer paso, aunque suene menos heroico que subir a una grúa, es el diagnóstico. Inventariar, evaluar riesgos, detectar hongos, identificar oquedades, medir inclinaciones y, sobre todo, comprender la historia de cada ejemplar. Un plátano de sombra que sufrió una obra a pie de tronco, un pino con raíces asfixiadas por asfalto mal colocado o un carballo que soporta el embate dominante del suroeste cuentan más de lo que aparentan. Los técnicos que recorren calles y parques no van a pasear; se fijan en grietas longitudinales, en madera muerta, en las “horquillas” tensas que con una borrasca pueden rendirse sin pedir permiso. Y lo apuntan todo en fichas, con mapas, porque la memoria humana tiene límites y la de un árbol, aunque larga, no habla por sí sola.
El remedio correcto exige precisión. Podar no es un verbo universal ni una receta única. Hay cortes que reequilibran copa y hay mutilaciones que abren la puerta a infecciones. La diferencia entre una intervención quirúrgica y un destrozo está en la formación: entender el collar de la rama, respetar el tejido de cicatrización, elegir la época idónea para cada especie y evitar descargas que convierten a un árbol en una antena descompensada. Un consejo que sirve tanto para un carballo como para una reputación: lo que quitas de más, luego lo echas de menos. A esto se suman técnicas de trepa y aseguramiento que a veces parecen coreografías de circo, pero con casco, cuerda certificada y plan de trabajo; no es épica instagramera, es prevención.
Hay un aspecto que suele pasar desapercibido hasta que toca encender las sirenas: la gestión de raíces. Cuando una acera se ondula, el culpable no es el árbol por travieso, sino el diseño urbano que olvidó su espacio vital. Soluciones como pavimentos drenantes, alcorques ampliados y barreras de guiado evitan la guerra permanente entre los pies de los viandantes y los dedos subterráneos del arbolado. En Ponteareas, con suelos graníticos y episodios de lluvia intensa, mejorar la infiltración es ganar dos batallas: menos escorrentía y raíces menos agresivas buscando oxígeno donde no lo hay.
La seguridad no es solo el “antes” y el “después” del corte, sino también el “mientras”. Señalizar tareas, acotar áreas, coordinar con tráfico y limpieza, prever rutas de caída y emplear técnicas de desmontaje por secciones marca la diferencia entre un trabajo limpio y un susto innecesario. Quien haya visto desmontar una rama de media tonelada sobre un patio de colegio sabe que los pasos están cronometrados como si el árbol fuese un piano que desciende por una escalera estrecha. Si en ese patio hay nidos, por cierto, toca aplicar normativa de fauna: hay temporadas en las que la tijera se guarda y manda el respeto, porque no es un mal peinado, es una incubadora.
El mantenimiento preventivo sale más barato que la urgencia, aunque el titular fácil adore la operación relámpago tras una tormenta. La economía municipal lo sabe: una inspección anual, pequeñas correcciones, cableados de soporte cuando procede y tratamientos fitosanitarios puntuales cuestan menos que una tala de emergencia, una indemnización por daños y la pérdida de sombra en agosto. En el ámbito doméstico sucede lo mismo: el vecino que llama a tiempo se ahorra la grúa, el día de calle cortada y el sermón del seguro. Y no, el amigo “manitas” con una escalera y una motosierra no cuenta como plan; los árboles no hacen crossfit, pero resisten más de lo que parece y una rama mal leída puede reaccionar peor que un gato en la bañera.
El paisaje arbóreo no es un museo; evoluciona con el clima. Sequías más largas, episodios de viento intenso, olas de calor y nuevas plagas dibujan un escenario que exige criterio al seleccionar especies. Apostar por autóctonas adaptadas, diversificar para evitar que una enfermedad arrase una calle entera y pensar en 20 años, no en dos, es invertir en una ciudad saludable. Un carballo bien ubicado, un amieiro donde el agua manda, un bidueiro donde el suelo lo permite y la distancia adecuada al tendido eléctrico evitan novelas de terror cada otoño. Diversidad no es capricho botánico: es seguro de vida urbana.
La comunicación con la ciudadanía es otro tronco —permítaseme el chiste obvio— que hay que cuidar. Explicar por qué se poda, por qué se tala un ejemplar enfermo o por qué se planta otro distinto desactiva sospechas y bulos. Un cartel claro en el parque, una nota en la web municipal y un teléfono al que reportar inclinaciones sospechosas o hongos con aspecto de oreja pegada al tronco cambian la conversación: de la queja al cuidado compartido. También se agradece el detalle de retirar restos con rapidez; nadie quiere que su calle huela a leña húmeda durante una semana ni que los perros conviertan cada pila de ramas en parque de diversiones clandestino.
En zonas con presencia de pinos, la procesionaria no es mito ni leyenda urbana. Las actuaciones técnicas con trampas de feromonas, podas en época adecuada y retirada segura de bolsones forman parte del calendario de los equipos que, además, han de pensar en parques infantiles, rutas escolares y áreas caninas. Una ciudad que planifica sus campañas de control no solo protege a su arbolado, también reduce riesgos para vecinos y mascotas, y evita ese espectáculo poco recomendable de un padre improvisando con una escoba extendida.
Hay, por último, un capítulo legal que rara vez se cita en tertulias de bar pero pesa en los despachos: la responsabilidad civil. Un informe técnico bien hecho, órdenes de trabajo documentadas, licencias correctas y trazabilidad de las decisiones son el colchón jurídico que nadie ve hasta que hace falta. El juez puede apreciar la belleza de un paseo arbolado, pero lo que busca en un expediente es diligencia, no romanticismo botánico. Y la diligencia se escribe con protocolos, no con buenas intenciones.
Si algo define a una ciudad que convive bien con sus árboles es la suma de ciencia, oficio y cariño. La ciencia que mide y diagnostica, el oficio que sube al árbol con cuerda y criterio, y el cariño que acepta que a veces hay que retirar un veterano para plantar tres jóvenes que darán sombra a quien hoy va en carrito. Ponteareas, con su carácter y su clima, tiene en el arbolado un aliado formidable para el bienestar urbano; darle atención a tiempo, escuchar a los técnicos y abrir espacios para raíces y copas es tan sensato como guardar el paraguas junto a la puerta de casa aunque el parte diga que no lloverá.