La carta europea de vinos espumosos destaca por su riqueza y diversas, aunque el cava y el champán francés acaparen las miradas en los escaparates de la Cuenca del Mediterráneo. Este «vino que hace cosquillas», como lo apodaba Virgilio, goza de una extensión notable en nuestro continente, siendo numerosas sus muestras en el país galo: los Crémants, el Blanquette de Limoux, el Clairette de Die, el Saint-Péray, etcétera.
Pero el espumoso más consumido en Francia procede y recibe su nombre de la región de Champaña. Este vino protegido con denominación de origen se elabora a partir de las uvas pinot noir, chardonnay, pinot meunier y borgoña, siguiendo el método champenoise. La existencia de un comité dedicado a su protección (el ‘Comité interprofessionel du vin de Champagne’) evidencia la importancia del champán.
La cava es el buque insignia del selecto número de espumosos de España. Este vino, de prestigio internacional, es el resultado de combinar variedades como la monastrell, la garnacha o la pinot noir con arreglo al sistema champenoise. A diferencia del champán, este espumoso de la región del Penedés presenta un sabor más fresco, dulce y cítrico, con notas a pera y manzana verde.
La sed de vinos espumosos no es exclusiva de franceses y españoles. También en Alemania se elabora uno de sus máximos exponentes, el Deutscher Sekt o sencillamente Sekt («seco», en alemán). Se trata de un caldo obtenido mediante el método Charmat. Sobresale por su especial dulzura y efervescencia y escasa graduación alcohólica.
Por su parte, Italia se suma a este mercado con su lambrusco, un espumoso producido a través del método Charmat con uvas de la variedad del mismo nombre, cultivadas en Emilia-Romaña, Lombardía y Apulia. Comparte con el Sekt germano una baja graduación en alcohol. Otros spumanti con sello italiano son el prosecco, el fragolino o el franciacorta.