Las manchas que reaparecen como si fueran grafitis tímidos en la pared, la pintura abombada y ese olor leve a armario viejo son señales inequívocas de que el agua se ha quedado a vivir sin pagar alquiler. En la ciudad herculina, entre brisas atlánticas y fachadas que miran al oeste, la solución humedades en A Coruña no es un conjuro de feria, sino un trabajo metódico de diagnóstico y tratamiento. Porque aquí el clima pone su parte —lluvias obstinadas, salitre que corroe y cambios de temperatura que se ensañan con los puentes térmicos—, pero la construcción y el mantenimiento también cuentan: una bajante descuidada, una cámara sin ventilar, una pintura plástica en un muro que pide a gritos transpirar.
Para entender por qué el moho saluda cada otoño desde la esquina del dormitorio, hay que comenzar por el principio: no todas las humedades son iguales. Las de capilaridad ascienden desde el terreno como turistas intrépidos que no conocen límites, dejando ese cerco blanco de sales y un zócalo deslucido; las de filtración aprovechan grietas y encuentros mal sellados, sobre todo en sótanos, patios y fachadas orientadas al temporal; las de condensación, más sutiles, aparecen cuando el vapor del baño o de la cocina decide instalarse en el lugar más frío del muro y se hace visible en forma de gotitas y moho. Identificar a cuál de estas familias pertenece el visitante indeseado es el primer gesto profesional y el que separa la solución duradera de la chapuza con fecha de caducidad.
El diagnóstico serio no se improvisa con un vistazo de pasillo. Los técnicos contrastan con higrómetros, cámaras termográficas y, si hace falta, catas discretas que revelan cómo está el sándwich del muro por dentro: si hay cámara, si el aislamiento está colapsado, si el mortero es demasiado impermeable para una fachada que debería respirar. En viviendas antiguas del Ensanche o en bajos cercanos al mar, no es raro descubrir morteros cementosos sellando paredes que piden cal hidráulica, o juntas de piedra que han perdido material y beben agua como una esponja. También se repite el clásico de la persiana que condensa por la noche y escurre sobre el alféizar, o la galería acristalada que durante el día es un invernadero y al caer la tarde se convierte en una mini-cueva de rocío.
Para la capilaridad, la cirugía más eficaz suele venir por dos caminos complementarios: crear una barrera química a base de inyecciones de resinas hidrófugas que cortan la subida del agua por los capilares del muro, y devolver la transpirabilidad a los paramentos mediante morteros macro-porosos que permiten la evacuación de sales sin que la pintura se escarche. A esto le sienta bien rematar con un zócalo “respirable” y evitar revestimientos plásticos que sellan por fuera lo que por dentro sigue empujando. Cuando el edificio lo permite, drenar el perímetro y mejorar el encuentro del muro con el terreno reduce la presión de agua y alarga la vida del tratamiento.
Si la causa es la filtración, el frente de batalla está fuera y dentro. Fuera, reparar fisuras, sustituir juntas, revisar petos y albardillas y aplicar impermeabilizaciones continuas que no dejen puntos débiles en encuentros con huecos o estructuras salientes. En cubiertas y terrazas, la diferencia entre una membrana bien solapada y un “apaño” se mide en noches en vela tras la primera borrasca, así que merecen cariño y mano experta. Dentro, secar el soporte, sanear mohos y usar pinturas transpirables cierra el círculo; con el salitre presente, convienen tratamientos desalinizadores que eviten que la pared se convierta en un laboratorio de cristalización constante.
La condensación, esa dama invisible que aparece cuando la temperatura cae y la humedad relativa sube, se combate con ventilación controlada y equilibrio térmico. Abrir la ventana cinco minutos al día funciona, pero no siempre es suficiente en calles con viento lateral y fachadas muy expuestas. Los extractores higrorregulables en baños y cocinas, una ventilación mecánica con recuperación de calor cuando la vivienda lo soporta, y el sellado correcto de cajas de persiana y encuentros de carpintería reducen el punto frío que convoca las gotas. El aislamiento juega su parte: un trasdosado interior bien ejecutado, sin puentes térmicos y con barrera de vapor donde corresponde, cambia la película; la doble acristalamiento y los perfiles adecuados suman puntos, y la calefacción usada de forma continua y moderada evita los picos que favorecen la condensación.
En A Coruña, donde el viento racheado decide la vida útil de una junta de silicona, los detalles constructivos son noticia. Las fachadas ventiladas rinden mejor que los revestimientos cerrados en edificios expuestos; las galerías, orgullo arquitectónico local, necesitan respiraderos discretos y mantenimiento de carpinterías para no convertirse en viveros de hongos; las bajantes ocultas en patinillos se agradecen revisadas antes del otoño; y los locales en semisótano ganan cuando se combinan barreras y ventilación forzada. Quien haya intentado “matar” el moho con lejía dos veces por temporada sabe que, sin atacar la causa, el hongo vuelve con más ideas que un redactor en cierre.
Cabe apuntar un detalle que los profesionales repiten con la paciencia de un meteorólogo: los materiales importan. Los morteros de cal hidráulica natural permiten que los muros históricos sigan respirando; las pinturas de silicato aguantan mejor la alcalinidad de fondos con salitre; los impermeabilizantes basados en silicatos y silanos tienen otra lectura en soportes minerales frente a los acrílicos puros. También hay que desconfiar del “todo en uno” milagroso: una pintura “antihumedad” puede maquillar, pero si detrás hay un puente térmico en una viga o una pared que sube agua desde el terreno, el maquillaje no aguanta el primer temporal serio.
El factor humano completa la ecuación. Ventilar después de ducharse, no secar ropa en habitaciones sin extracción, separar muebles grandes de las paredes frías para que el aire circule, usar deshumidificadores como muleta y no como sustituto del médico, y hacer un mantenimiento anual de cubiertas y canalones evita titulares domésticos de esos que no apetece leer. Elegir empresas que ofrezcan diagnóstico, memoria técnica y garantía escrita no es capricho; es una forma de asegurarse de que el remedio atiende a la causa y no sólo al síntoma. Los contratos con letra clara y fotografías del antes y después son el tipo de transparencia que agradece cualquier vecino de la comunidad.
A quien sospecha que su casa se ha convertido en un barómetro andante le conviene observar con ojo de cronista: dónde aparece la mancha, en qué fechas, tras qué tipo de lluvia o actividad; si hay cristalización de sales o solo ennegrecimiento; si el yeso suena hueco o la pintura se levanta en láminas. Esas pequeñas pistas, sumadas a una visita técnica, acortan el camino y abaratan el proceso. Y sí, a veces el informe revela que el problema no está en tu piso, sino en la junta del vecino del cuarto o en el remate de cubierta de la comunidad; lo importante es que, una vez enfocado, el agua deja de contar la historia y la recupera quien vive dentro, con paredes secas, olor neutro y la tranquilidad de no descubrir cada mañana un nuevo mapa del Atlántico dibujado en el salón.