Cuando cierro los ojos y pienso en la gastronomía de mi tierra, lo primero que me viene a la mente no son solo los platos, sino los sabores, los aromas y, sobre todo, las historias que hay detrás de cada uno de ellos. Es un viaje sensorial que te lleva a las rías, a las montañas y a los campos, un recorrido por la identidad de un pueblo que se expresa a través de su comida. Los productos de Galicia en Sanxenxo son un claro ejemplo de este tesoro culinario, donde la calidad del ingrediente es la verdadera estrella y la tradición se honra en cada bocado. No es una moda, es un pilar cultural, un legado que se ha transmitido de generación en generación y que sigue tan vivo como siempre.
Adentrarse en la despensa de esta región es como abrir un cofre del tesoro. Desde los productos del mar, que son la joya de la corona, hasta los manjares de la tierra, cada uno tiene una historia que contar. Piensa en el marisco, por ejemplo. No hay nada comparable a un buen percebe, con ese sabor a mar, a roca y a sal que te transporta directamente a la bravura del Atlántico. O el pulpo, cocinado en su punto justo, tierno y con ese toque de pimentón que lo hace irresistible. Pero la magia no está solo en el sabor; está en la forma en que se recogen los percebes, desafiando a las olas en los acantilados, o en el saber hacer de las pulpeiras, que dominan el arte de cocinar este cefalópodo como nadie. Son rituales que se han perfeccionado a lo largo de los siglos y que hacen que cada plato sea una experiencia única, un reflejo del respeto por la materia prima y por la tradición.
Pero la gastronomía de aquí va mucho más allá del marisco. La tierra nos regala otros tesoros que son igual de impresionantes. Los quesos, por ejemplo, son una maravilla. Desde el cremoso y suave queso de Tetilla hasta el fuerte y picante San Simón, cada uno tiene su propia personalidad y su historia. Son quesos que se elaboran de forma artesanal, con leche de vaca que pasta libremente en praderas verdes, y eso se nota en el sabor. Y qué decir del pan. El pan de Cea, con su corteza crujiente y su miga densa y sabrosa, es un compañero perfecto para cualquier comida. Es un pan que se hornea en hornos de leña, siguiendo un proceso que se ha mantenido intacto durante siglos, y el resultado es una obra de arte que nutre el cuerpo y el alma. Son productos que, aunque sencillos en su esencia, son complejos en su sabor y ricos en su historia.
Otro pilar fundamental de la cocina de esta región es la carne. La ternera gallega es famosa en toda España por su calidad, su sabor y su terneza. Son animales que se crían de forma tradicional, alimentados con pasto fresco, y eso se refleja en la calidad de la carne. Un buen chuletón, hecho a la parrilla, es una experiencia religiosa, con ese toque ahumado y esa jugosidad que te hace cerrar los ojos para disfrutar cada bocado. Y para acompañar estos manjares, no podemos olvidarnos de los vinos. Los blancos de Rías Baixas, con su acidez refrescante y sus notas afrutadas, son el compañero perfecto para el marisco. O los tintos de Ribeira Sacra, con su sabor afrutado y su toque mineral, que son ideales para la carne. Son vinos que reflejan el carácter de la tierra, la pasión de sus viticultores y el clima único de la región.
Lo más bonito de la gastronomía de aquí es que se basa en la honestidad. Los sabores son puros y sin artificios, porque la materia prima es tan buena que no necesita nada más. Es una cocina que te invita a disfrutar de los pequeños placeres de la vida, a sentarte a la mesa con la familia y los amigos y a compartir risas y conversaciones mientras disfrutas de una comida auténtica. No se trata solo de alimentarse, se trata de una celebración de la vida, de la tierra y del mar. Es un viaje de descubrimiento que te enseña que la sencillez puede ser la forma más elevada de sofisticación, y que los sabores más memorables son a menudo los que nos conectan con nuestras raíces y con nuestra historia.